miércoles, 20 de noviembre de 2013

Y eso que se pasó.

Te miras al espejo, te miras de arriba a abajo, ¿qué ves?
Tristeza, desolación, una tarde larga, un mal momento, un mal día, un mal mes. Todo mal.
Nada que valga la pena, nada que te mantenga.
Vuelves al espejo, mírate a los ojos. ¿Qué hay?
Tristeza, sufrimiento, dolor, ganas de desaparecer, no hay luz, no hay nada.
Vacío.
Sigues mirando, sin ver nada en realidad, porque a saber donde tienes la cabeza, ¿dónde quieres que esté?
Y entonces el vacío se llena.
Se llena de lágrimas, lágrimas de rabia, lágrimas de tristeza, de sufrimiento, de dolor.
Lágrimas que por fin han salido a la superficie.
Y no paran.
¿Por qué iban a hacerlo? El día ha sido una mierda, la semana, incluso el mes lo ha sido.
En ese momento todo te parece patético e insoportable.
Te sientas en el borde de la bañera y respiras. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué lloras?
Sabes perfectamente por qué. Tus amigos, tu familia, los estudios, tu novio, el mundo.
Todo está mal.
Levántate, mírate al espejo y sonríe joder.
Aunque sea una puta falsedad, sonríe y finge estar bien.
Pero te miras la sonrisa, esa sonrisa de mierda, falsa y estúpida. No es real.
Y vuelve la nada, la pasividad, el ser invisible en un mundo que no te quiere aquí.
Deambular sin sentir nada, solo miras el mundo pero no ves nada.
¿Dónde tienes la cabeza?

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